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Foto del escritorPablo Petruccelli

La verdadera cura


Juan y Pedro eran dos amigos paralíticos confinados en sendas sillas de ruedas.


Un día, en su pueblo, se supo que había llegado un ser santo. Un enviado de Dios especialista en curar enfermedades, con la misión de aliviar las penas y sufrimientos de los enfermos de aquel pueblo. Su programa consistía en conceder un deseo, solo uno, a cada enfermo. Recibiría a todos, uno a uno, al día siguiente por la mañana. Después se iría.

Todos los enfermos se apresuraron a hacer la cola correspondiente para ser atendidos por el milagroso enviado. También estaban Juan y Pedro.

Pedro entró primero. Cuando el santo le preguntó su deseo, Pedro contestó sin vacilar: Quiero recuperar la salud y andar como los demás. Tan pronto lo pidió, el santo hizo un gesto y el milagro fue hecho. Así, Pedro salió del encuentro por su propio pie y enormemente feliz.

Después entró Juan. Al salir, todos los presentes se sorprendieron porque Juan salió sentado en su silla de ruedas, tal como había entrado.

- ¿Cómo es que no te ha curado? – preguntó Pedro.

- No le he pedido que me curase la parálisis. Le he pedido que me quitase una enfermedad más profunda y grave: El rechazo a mis imperfecciones. Y me ha curado. Por eso, aunque sigo paralítico, me siento totalmente feliz y no veo defecto en mi parálisis.

- Pero ¿Cómo puede ser que te parezca bien estar paralítico? – Siguió preguntado Pedro.

- Pues… de igual modo que tú no ves defecto en no poder volar como los pájaros porque aceptas no tener alas, yo no veo defecto en no poder andas como tú, porque acepto que tus piernas anden mejor que las mías.

Esto ya no me preocupa. Hace tiempo descubrí que mis sufrimientos no vienen por los hechos en sí, sino por el rechazo hacia ellos, por la inconformidad.

Pedro y los demás pensaron que Juan era un filósofo algo loco que no había aprovechado la oportunidad de curar su parálisis.

Muchos años después, hubo una epidemia en el pueblo que dejó a todos sus habitantes sometidos a fiebres reumáticas. Las gentes quedaban enfermas con grandes dolores y las secuelas de la enfermedad eran la mutilación de miembros y molestias crónicas intensas.

Todos padecían mucho por esta enfermedad.

Bueno, no todos. Juan seguía feliz, pues no notaba ningún dolor ni molestia. Jamás notó malestar desde que el sano le concediese aquel deseo, que muchos no habían comprendido en aquel momento.

- Tú fuiste el más listo y obtuviste la verdadera curación – le dijo Pedro cuando vio a Juan tan feliz y sonriente como siempre, en su silla de ruedas.

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